Manos crucificadas.
El crucificado no puede abrazar
ni acariciar.
Sus manos clavadas. Sus brazos
inmovilizados.
Sangran.
Manos ásperas de constructor.
Manos rudas.
Los asesinos saben que el abrazo
y la caricia de Jesús eran subversivos.
Abraza y acaricia a los que nadie
quiere ni abrazar ni acariciar.
El cuerpo de Jesús era peligroso,
insurrecto, perturbador.
Un cuerpo atrevido, sin miedo a
tocar y ser tocado.
No podían controlarlo. No podían
sujetarlo. Su andar imposible de detener.
Leprosos malolientes, prostitutas
arrinconadas, maldecidos por los puros, violentados por el hambre …claman por
encontrar y tocar el cuerpo de Jesús.
No quieren llorar más. Necesitan
ser acariciados.
Su cuerpo era un oasis. Su cuerpo
era un abrigo. Su cuerpo era un refugio.
Con sus manos rescató a Pedro de
las profundidades del abismo, el abismo de nuestros miedos y temblores.
Con sus manos tomó un látigo para
defender la casa de su Dios, la casa de los hijos e hijas maltratados.
Sus manos sanaban de toda
inequidad, sus manos abrían puertas a la libertad.
En sus manos su cáliz y el cáliz
de todos los crucificados de la historia.
Sus manos, heridas y sangrantes
fueron ofrecidas y son ofrecidas a todos los derrotados: los perversos no nos
han vencido.
Manos en el barro que
desenmascara a los hipócritas cargados de inequidad y dejar ver a los corruptos
del poder.
Fueron esas manos que escribiendo
en la arena “misericordia quiero y no sacrificios” rescataron a la mujer amante
adultera condenada por los estrictos de la Ley.
Manos capaces de multiplicar
panes y peces para los hambrientos como señales del Reino, nadie puede pasar
hambre.
Con solo levantar sus brazos
todos los monstros de la inequidad y de la aberración se callaban, las
tormentas del odio se rendían y huían despavoridas.
Manos guerreras para señalar a
falsos profetas, “fariseos” de la religión, perversos de túnicas rituales.
Esas manos desafiaron a los
corruptos del templo y del palacio, había que desaparecerlas, había que triturarlas,
debían ser destruidas.
Esas manos había que atar,
golpear, clavar.
Lastimar minuciosamente esa piel,
esos músculos, estaba planificado.
Lo que no pudieron planificar es
la memoria.
La memoria de las mujeres que
ungieron con perfume ese cuerpo.
La memoria de mujeres que
vendaron esas manos.
La memoria de mujeres acariciadas
por Jesús.
La memoria de mujeres gritando:
está vivo.
“…levantando sus manos los
bendijo…” y se quedó para siempre.
Teólogo Nicolás Alessio