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miércoles, 13 de febrero de 2013
El problema no es el papa, sino el papado
El problema no es el papa, sino el papado
(J.M. Castillo)
Ante la renuncia del papa Benedicto XVI, es importante reflexionar
sobre la institución del “papado”.
Por supuesto, es bueno analizar y valorar los aciertos y desaciertos que ha tenido el papa Ratzinger. También, y más importante aún, saber elegir al
hombre más competente capaz de reemplazarlo en el cargo de Sumo Pontífice.
Pero me parece que es mucho más determinante detenerse a pensar lo que significa,
no ya este papa o el otro, sino la institución del papado, tal como está
organizada y como funciona, sea quien sea el papa que la presida.
Vamos a ver: ¿es lo mejor para la Iglesia que todo el poder de una
institución, a la que pertenecen más de 1.200 millones de seres humanos, esté
concentrado en un solo hombre, sin más limitación que sus propias
creencias? Así lo establece el Derecho Canónico. Y así funciona el papado (c.
331; 333; 1404; 1372). El papa quita y pone a los más altos y más bajos cargos
de la Curia. Quita y pone a cardenales, obispos y demás cargos
eclesiásticos. Y sin tener que dar explicaciones a nadie y sin que
nadie le pueda pedir responsabilidades. Esto se mantiene así, sea quien sea el
papa reinante, la edad que tenga, la salud que padezca, su mentalidad, sus
preferencias y hasta sus posibles manías.
Por mucho que la presencia del Espíritu Santo lo inspire. Y
por muy sucesor de Pedro que sea, ¿por qué tiene que acumular todo el poder? ¿Dónde
está eso dicho? ¿En qué argumentos se basa? El mejor conocedor de toda
esta historia, que la Iglesia ha tenido en el último siglo, el cardenal Yves
Congar, dejó escrito en su diario personal que todo eso era una manipulación
organizada por los intereses de Roma, cuyas raíces llegan hasta el siglo
segundo de la historia del cristianismo.
En ninguna parte del Nuevo Testamento consta que la Iglesia tenga que estar
organizada así, y así tenga que ser gestionada. Y por favor, que nadie me venga
con el famoso texto de Mt 16,18-19, donde Jesús dice a Pedro que sobre esa
piedra construirá su Iglesia. Porque los mejores estudiosos del evangelio de
Mateo aseguran que esas palabras no salieron de boca de Jesús. Es un texto puesto
por Mateo en sus labios, y muy posterior al tiempo de Jesús.
Me parece importante ver que la Iglesia está, precisamente en estos
días, en un momento privilegiado para afrontar sin miedo estas
cuestiones, que apuntan a los problemas de fondo que la Iglesia tiene
sin resolver. Si no se afrontan y se toman en serio, la Iglesia seguirá perdida
(y callada), por muy lúcido y valioso que sea el nuevo papa. Porque, insisto,
el problema de la Iglesia no es el papa, es el papado, tal como está organizado
y como funciona, sea quien sea el hombre que ocupa el trono papal.
J. M. CASTILLO
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