La Mujer
Madre de la Tierra
La sombra de José cubrió a la doncella.
Poso su mano sobre el vientre desnudo mientras secaba nervioso
el sudor que recorría todo su cuerpo.
La Mujer de la Tierra,
sentía un temor infrecuente.
Le habían susurrado, durante aquella fría noche, que los hechiceros y jerarcas
imperiales estaban perturbados, murmuraban sobre el “príncipe de la paz,
baluarte de la justicia” irritados revisaban las letras sagradas y consultaban
augures.
Tenían miedo y vociferaban desde los tejados.
La túnica de la Mujer olía a tierra mojada y se había
rasgado de punta a punta, mal presagio.
El levita les había advertido “Parirás con dolor al
Impetuoso y serás sospechada de agitadora”.
Ella elevaba aún más su voz para entonar letras populares “derribas a los poderosos y enalteces a los excluidos,
los insignificantes verán el semblante del Fuego y El cobijará a los
desterrados”.
Mientras, el Viviente Grande parecía bailar lleno de gozo, estremeciendo su seno.
La chiquilla, Mujer de la Tierra, estaba agitada, le dolían
sus pechos hinchados, prestos para dar de comer.
Para ofrecer abismos y horizontes.
Sobre su rostro brillaba
la luna nueva, pero penumbras dibujaban una espada de doble filo que atravesaba
su carne.
Duendes, comadres y
matronas fueron certeras, el que
ha de nacer, trae gozo y conflicto,
alegría y sangre.
El Viviente Grande conocerá de fatigas y sufrimientos. La
Mujer también.
Todos sabemos que las diosas acompañan, pero no evitan
realidades.
Los hombres de la noche, humillados y negados, expertos en lidiar con lobos depredadores,
supieron que había llegado la hora.
Comenzaron la marcha.
Mientras, aquella mujer, siguió cantando.
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