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lunes, 7 de agosto de 2017

San Cayetano, peón rural, no terrateniente…

Una reflexión siempre vigente
San Cayetano, peón rural, no terrateniente…

Sin distribución de la riqueza, no hay pan compartido 
Por una reforma agraria y soberanía alimentaria





Porque los bienes de la tierra son de todos. No hay dueños privados, hay administradores. Distribuir la riqueza es justicia. Distribuir la riqueza es una obligación del que gobierna. Que todos tengan las mismas posibilidades.

Y cuando hablamos de riqueza nos referimos a la tierra, el agua, las semillas, los minerales. Y nos referimos a la información, a las nuevas tecnologías, a la participación, al trabajo digno, al salario justo, al futuro cierto. A la pachamama cuidada y protegida contra los saqueadores. 

San Cayetano luchó permanentemente por distribuir la riqueza. Y lo exigía, lo reclamaba, lo gritaba. Sobre todo a los “prestamistas”, a los “usureros”, a los “honorables” de su tiempo. Sobre todo a los dueños de la tierra, a los “terratenientes”, a los “amos”, a aquellos que explotaban y despreciaban a los peones, a los segadores, a los cosecheros. 

Hoy en Argentina debemos distribuir la riqueza. Las ganancias de la producción agraria, de las agro exportadoras, de las multinacionales mineras, petroleras, las ganancias de los bancos y financistas, toda una riqueza que se mide en millones de dólares. No pueden quedar en pocas manos. De lo contrario, el pan que se ofrece, es una dádiva humillante. 

Es una limosna que ofende al que no tiene posibilidades y anhela ganarse su pan, con su trabajo, con su sudor. Es justicia distribuir la riqueza. Es dignidad. Empezando por los empobrecidos, los excluidos, los que no caben en el mercado laboral. La mesa que comparte el pan supone justicia social. El gozo del compartir exige el gozo de trabajar. Y el salario justo.

Ya lo decía Santiago: “El salario de los trabajadores que cosecharon sus campos se ha puesto a gritar, pues ustedes no les pagaron; las quejas de los segadores ya habían llegado a los oídos del Señor de los ejércitos”5,4. Ese Dios sigue atento al grito de los explotados. Ese Dios sigue alimentando las esperanzas de los que luchan. 

San Cayetano no titubea cuando tiene que advertir, en su tiempo, a los dueños, a los príncipes, recordando lo que decía el profeta…” ustedes se dedican a sus negocios y mientras tanto, obligan a trabajar a sus obreros” Isaías 58,3. Esos “negociantes” ganan el pan con el sudor de los otros. Y no quieren compartir. Quieren acumular. Nuestro país, otrora “granero del mundo”, no puede darse el lujo dramático de cientos de miles de argentinos desnutridos, con hambre, mal alimentados. 

Tampoco puede darse el lujo de contaminar y desertificar nuestros campos, nuestros ríos, nuestras montañas. Y eso está ocurriendo, y se trata de un pecado grave, contra la mesa del pan compartido, la eucaristía, contra la vida de hijos e hijas de Dios. A San Cayetano, peón rural, no terrateniente, lo recordamos con una espiga en sus manos. De trigo, no de soja. Una espiga que no se negocia. Se trabaja. Se hace harina. 

Una espiga que no se contamina. Se cuida. Una espiga de todos y para todos. Que se hace alimento, pan compartido. Ahora, las espigas, están en nuestras manos.

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