Publicado en Córdoba, con la aprobación de la Junta Arquidiocesana de Catequesis
Formación de catequistas en clave latinoamericana
Una experiencia , una propuesta.
Una búsqueda constante...
“...cualquier actividad pastoral que no cuente para su realización con personas verdaderamente formadas y preparadas, pone en peligro su calidad...se debe dar absoluta prioridad a la formación de los catequistas...se recomienda que esta capacitación sea exquisitamente cuidada”[1]
En diversos ambientes, tiempos y lugares, hay palabras que se repiten recurrentemente: “formación”, “capacitación”, “profesionalidad”, “educación permanente” y otras similares. Pareciera que hemos alcanzado una conciencia clara e irrefutable de la necesidad imperiosa de “estar preparados”. Hoy, nadie lo discute. En la Iglesia, la repetitiva insistencia, en la necesidad de formación de sus “agentes pastorales”, es una cantinela que no falta en ninguno de sus documentos, homilías o reflexiones. No obstante, a la hora de concretar esta necesidad imperiosa, la creatividad no parece estar a la altura del desafío. Pareciera que no sabemos responder con la misma profundidad a este requerimiento o que nos cuesta demasiado implementar este camino de formación, que, además, ha de ser “permanente”. Si bien se han multiplicado cursos, escuelas, centros de formación, publicaciones y demás, creemos que todavía nos falta andar bastante. Por otro lado, hay desafíos nuevos surgidos al calor de nuevas situaciones históricas. No podemos contentarnos con repetir esquemas. “Se trata ante todo de formar catequistas para las necesidades evangelizadotas de este momento histórico, con sus valores, sus desafíos y sus sombras”[2] Por otro lado, estos desafíos y tareas, en fidelidad al misterio de la encarnación, deben ser necesariamente “inculturados”[3]. No vamos a desarrollar las implicancias de la inculturación de la catequesis y, por lo tanto, de la formación de catequistas. Excede el marco de esta presentación. No obstante, hemos querido pensar y realizar una formación de catequistas en “clave” latinoamericana, lo que presupone y asume el desafío de llegar “al corazón de las culturas” de nuestros pueblos amerindios[4].
Comenzamos nomás...
Somos un grupo de laicos, religiosas y sacerdotes que proponemos y llevamos adelante una acción formativa para catequistas, agentes de pastoral y animadores comunitarios, fundamentalmente, en la zona este de nuestra Arquidiócesis de Córdoba. Lo hacemos en el Colegio Gabriel Taborin, y la propuesta esta abierta a todas las personas insertas y comprometidas con la pastoral de cualquier parroquia, institución o comunidad que se quiera acercar.
Comenzamos a funcionar en mayo de 1987 con el nombre de Seminario Catequístico Santísima Trinidad, respondíamos a la necesidad sentida y manifestada en el Primer Congreso Arquidiocesano de Catequesis (1984) de abrir nuevos centros de formación, ya que Córdoba contaba con un seminario catequístico, conocido como el “SAC”, que funcionaba en el centro de la ciudad, y muy pocos en otros barrios. Se quiso atender de manera más cercana y explícita la necesidad de formación en los barrios, desde la misma inserción en ellos y sus comunidades.
Con el paso del tiempo, fuimos renovando nuestra propuesta formativa atendiendo a las necesidades y sugerencias de las comunidades y de la realidad siempre cambiante de nuestra historia. En 1998 extendimos nuestro plan a tres años y fuimos reconocidos oficialmente como Seminario Arquidiocesano Catequístico Santísima Trinidad[5]. Este nombre respondía a un punto fuerte de nuestra identidad: el trabajo pastoral encarnado en los barrios, asumiendo a la comunidad de origen de los catequizandos como “fuente, origen y meta de la Catequesis”[6] a ellas queríamos y queremos responder y asumimos como nuestra la expresión “la Trinidad es la mejor comunidad”[7].
Nos redescubrimos...
El nombre, todo nombre, por un lado, es la marca, el sello, la identidad de todo lo realizado y, por otro lado, es tensión hacia un “más allá”, es promesa, anticipo, señala lo que queremos ser. Poner un nombre es asumir, responsabilizarse y cuidar un sentido, un camino a transitar. Asume una historia, un proceso vivido y mira con esperanza hacia donde queremos seguir caminando. Hoy, después de 18 años de vida una pregunta nos inquietaba. ¿Qué testimonios, vidas o ejemplos de seguimiento de Jesús encontramos en la historia reciente de nuestra Iglesia, que podamos mirar y desde los cuales podríamos fortalecernos en nuestro ser y quehacer pastoral cuando decimos, transmitimos, aprendemos, enseñamos, compartimos, las cosas que creemos, sabemos, soñamos y esperamos del Dios de la vida? Casi sin darnos cuenta empezábamos a redescubrirnos. Por otro lado, Juan Pablo II nos invitaba[8], con ocasión del tercer milenio, a conocer y reconocer a los nuevos mártires de la Iglesia. Por todo esto, luego de muchos momentos de reflexión, debate, consulta y oración, hemos querido agregar, a nuestro nombre original, otro nombre, que exprese de manera más precisa y definida los acentos de nuestra identidad actual, que no niega la anterior, al contrario, la profundiza. Identidad en la que hemos ido creciendo y queremos seguir madurando, es por eso que hemos decidido que nuestro Seminario Catequístico, comience a llamarse
“MONSEÑOR ARNULFO ROMERO”.
Arnulfo Romero fue aquel Obispo que se reconvirtió en medio de su pueblo de El Salvador, y dio su vida en el ejercicio de una pastoral que se entregó por una patria más justa, fraterna, solidaria. Una pastoral que asumió “las angustias y las esperanzas, los gozos y las tristezas”[9] del pueblo, como lo propuso el Concilio Vaticano II. Una pastoral que entiende que el seguimiento de Jesús implica asumir el proyecto del Reino desde todas sus dimensiones, y ser coherente con él hasta las últimas consecuencias. Una pastoral que no se queda encerrada en los ritos y liturgias del templo, sino que camina las calles buscando saciar con pan real las muchas hambres de nuestro pueblo. Mons. Romero dio su vida desde una Iglesia profética y martirial, fiel al Evangelio de Jesús, en sintonía con Medellín, Puebla, Santo Domingo[10]... que se jugó por el pueblo pobre y oprimido de El Salvador en épocas de la dictadura militar. Por eso, Arnulfo Romero y tantos y tantas que dieron su vida en nuestro suelo latinoamericano, son nuestra referencia en el seguimiento de Jesús, personas que dieron su vida –y otros que la siguen dando- para que sea posible una patria más justa, fraterna libre y solidaria. Una patria de hermanos: gente sencilla y humilde, laicos, curas y monjas, obispos y pastores. Esta experiencia martirial de Romero, y más cerca nuestro, la del Padre Obispo Enrique Angelleli, que se suma al largo caminar martirial del pueblo de Dios, va haciendo realidad la comunidad trinitaria comunidad que es siempre “eucarística”, acción de gracias, sangre y cuerpos que se ofrecen por los otros. Entregar la vida por los últimos y excluidos es hacer presente al Dios Trinitario, descubriéndolo en la historia, siempre dramática y siempre esperanzada. La vida, la práctica, la pastoral, las reflexiones, de la Iglesia Latinoamérica, de la que Romero es testigo privilegiado, son para nosotros el marco, el sendero de nuestros esfuerzos formativos.
Lo que ofrecemos...
Toda reflexión y actividad, planteada desde nuestro Seminario nos ubica entonces, de manera especial, en la realidad socio-político-económico-religiosa de nuestro continente. América Latina es y será para nosotros, fundamentalmente, el lugar donde originalmente seguimos a Jesús, construimos su Reino y vivimos en comunión con su Iglesia, asamblea de Dios. Desde este “lugar” asumimos los grandes retos y las grandes posibilidades de la Iglesia Latinoamericana, fundamentalmente su “opción por los pobres”[11]. Así, trabajamos, luchamos y procuramos su auténtica liberación integral[12]. Ellos logran dar testimonio del Dios que es Encuentro, Esperanza y Libertad: porque el Encuentro responsabiliza, pero la indiferencia lastima; porque la Esperanza moviliza, pero el conformismo adormece y porque la Libertad dignifica, pero la obediencia debida deshumaniza. Nuestra práctica pastoral y evangelizadora, mira y pone su atención en este caudal espiritual que brota de la experiencia histórica de fe de nuestro continente. Así se expresaban los obispos latinoamericanos: “La Catequesis, educadora en la fe, tiene una dimensión social fundamental dentro de su opción preferencial por los pobres... no sólo en su contenido, sino en su misma pedagogía, posee un carácter concientizador, liberador, crítico de la sociedad actual y constructor de formas más humanizadas de convivencia, poniendo de relieve la fuerza transformadora del Evangelio”[13] Desde esta opción fundante, explicitamos tres horizontes inclusivos[14] que intentamos desplegar y alcanzar en su conjunto:
Horizonte pedagógico
"...donde esté tu tesoro allí estará también tu corazón..." Mt 6, 21
Aunque sea obvio, el Seminario es “catequístico”, lo que quiere decir que toda su conformación, estructura, sistematización y orientación, se nutre y sostiene en fidelidad a la pedagogía de la catequesis, la pedagogía de Dios, al modo como Dios ha obrado y sigue obrando en nuestra historia[15]. Lo decimos porque en la práctica, muchos centros de formación de catequistas, no son inspirados en la metodología de la catequesis. Son, más bien, inspirados en esquemas de formación meramente teológicos, sin humus pastoral. Este camino educativo emprendido, es coherente con la corriente pedagógica Latinoamericana que articula en sus procesos el ya tradicional método del Ver-Juzgar-Actuar con nuevas perspectivas de una “educación liberadora”. Desde su misma estructuración general Hombre-Cristo-Iglesia, hasta el desarrollo de cada uno de los encuentros, proponemos hacer una mirada crítica a la realidad, confrontándola con el dato cristiano revelado para llevarla a una experiencia de comunión. Este proceso formativo, que nos habla de aprendizaje, de estudio, de reflexión, de educación, de pedagogía, de métodos...lo entendemos en la línea de la educación popular[16]. Proceso educativo que intenta rescatar y ayudar a florecer, la sabiduría popular, como punto de partida y contenido ineludible de todo aprendizaje. Esa sabiduría es nuestro tesoro y allí quiere estar nuestro corazón. Por eso, todo lo que vamos “sembrando” nos ayuda a capacitarnos, a aprender, a conocer más, a tener un espíritu abierto que se deja enseñar, que permite ser fecundado y que no tiene la falsa humildad de los que creen o sienten que nada saben, al contrario, vamos descubriendo que todos somos al mismo tiempo maestros y discípulos, formadores y aprendices. Y no sólo se aprende escuchando a un expositor, se aprende en el grupo de trabajo, en el silencio de la reflexión, en el fragor del debate, en las crisis de mis seguridades, en las celebraciones, en los abrazos y los afectos que se renuevan. Todo es “seminario”,semillas que ayudan a crecer aún de los que son tan distintos a mí que me cuestionan, que no los entiendo, que me preocupan o que incluso creo que se equivocan. El grupo de trabajo, durante los tres años de formación, será el lugar especial para la siembra y la cosecha. Las experiencias propias, las que traemos desde nuestro lugar de origen, serán las “semillas” para el compartir y el crecer, los grupos será el lugar para el “eco” y la “resonancia” de lo que vivimos en nuestros propios espacios de compromiso.
Horizonte Teológico
"...te alabo porque te has revelado a los pequeños..." Mt 11,25
“Teología” significa más o menos esto: pensar, discurrir, hablar, narrar sobre Dios. A veces hemos creído que solo los “teólogos profesionales” (sobre todo los sacerdotes) eran los únicos que podían “hacer” teología y que a los fieles laicos les correspondía escuchar, obedecer y aprender. En América Latina, además, creíamos que solo la teología nacida en Europa, era la única posible. Gracias al Espíritu, que siempre sopla en la historia, hemos empezado a descubrir o mejor, a recuperar, el derecho de hacer teología como un derecho de todo el Pueblo de Dios. Es más, antes que nadie, es el pueblo empobrecido, el sujeto privilegiado para hacer teología, porque al Dios de Jesús, se le ocurrió estar de una manera especial en el corazón y la piel de los que más sufren. El Dios revelado a los pequeños, a los últimos, a los injusticiados. Así, los pobres, pueden pensar, hablar, narrar y celebrar al Dios que tienen cerca, muy cerca de sus propias esperanzas y angustias. Por eso, las “palabras” de los pobres sobre Dios (teología), serán siempre una palabra autorizada, no por una academia de ciencias, sino por la intimidad y cercanía con la vida de ese Dios que los ama y sostiene con preferencia. Los “teólogos de profesión” deberán nutrirse y ponerse al servicio de esta teología primera y originaria. Sin entrar, en este trabajo, en el largo debate sobre las relaciones entre catequesis y teología, en nuestro seminario, reconociendo el valioso aporte de toda teología, vamos a privilegiar, aquella que nace de nuestro suelo latinoamericano, una teología de maíz, mandioca, sangre martirial y que solemos denominar “Teología de la Liberación”.[17]
Horizonte espiritual
"...en Galilea, allí me verán..." Mc 16,1-8
Nuestra mística[18] responde también a una espiritualidad Latinoamericana. Nuestro seguimiento de Jesús, nuestro querer ir tras sus pasos en nuestra realidad latinoamericana, supone una espiritualidad que quiere dejarse guiar por el Espíritu de Jesús, espiritualidad que está marcada por el Éxodo, los Profetas, los Mártires. Pero cuando hablamos de “espiritual”, en un contexto dominado por los dualismos griegos y un ambiente “patriarcal”, hay que evitar algunos malos entendidos. Cuando decimos “espíritu” no estamos diciendo que “lo espiritual” está arriba, es mejor, más puro y más santo que lo “material”. Jesús, se hizo carne por su espíritu. No hay nada más metido en la carne y en la tierra, en la materialidad, que aquel Espíritu aleteaba en las aguas del génesis, que “cubrió” con su sombra a María, la mujer de José y la madre del “Dios con nosotros”. Espiritual no niega lo material, son “caras” de una misma moneda, son “dimensiones” de una única realidad, como cuando ante un hecho que nos emociona y nos sentimos felices (realidades “espirituales”) se nos dibuja una sonrisa y se nos agrandan los ojos de admiración (realidades “carnales”). Por eso, cuando hablamos del Espíritu, también podemos pensar en el Viento, el Fuego, la Fuerza, la Vida, el Defensor...todas formas de comprender que ese Espíritu de Jesús, que nos llama a vivir una espiritualidad determinada, como hombres y mujeres del Espíritu, no es un “fantasma”. Por eso podemos también entender la “espiritualidad” no se reduce a la oración, la devoción o las prácticas litúrgicas, sino que significa vivir con ese Fuego y ese Viento metidos en el barro, siempre fértil, de la historia. Es sintonizar con aquella unción del Espíritu para “anunciar a los pobres la buena nueva y proclamar la libertad a los cautivos”,[19] para ayudar a mis hermanos a luchar por una vida más digna, con justicia, pan, salud , vivienda y trabajo para todos. Es espiritualidad de resucitados que buscan en todo momento suscitar vida nueva, desde el encuentro con el Viviente en la Galilea de nuestros mundos. El compromiso social y político por la justicia y la libertad es tan “espiritual” como ir a misa o rezar el rosario. Esta espiritualidad tiene en su raíz una opción fundamental: la opción por el pobre pero en contra de la pobreza. Opción que no nos deja evadirnos, nos sumerge de lleno en la vida; que nos lleva a abordarla y a asumirla con profundidad y desde todas sus dimensiones: social, político, económica, ideológica, religiosa. Opción que no se queda en un plano meramente intelectual sino que se concretiza en una práctica liberadora. Opción que nos abre a una comunión macro ecuménica, que intenta, buscando senderos de unidad, pero no de uniformidad, superando los límites excluyentes de las religiones e instituciones religiosas. Además, este “caminar en el Espíritu”, supone descubrir su presencia, sus huellas, sus signos, en todo tiempo y en toda geografía, en todos los pueblos y en todas las culturas. Nadie puede atar o apropiarse de aquel que sopla dónde, cuándo y como quiere[20]. En este sentido, catequizar no es solo sembrar, es también descubrir lo sembrado: "...los catequistas indígenas entienden la catequesis como "aquel que recoge la cosecha de la palabra" que ya ha estado sembrada, en una nueva síntesis..."[21]
Hay que seguir andando
Somos conscientes que toda opción deja de lado otras perspectivas posibles. Somos conscientes que muchas veces cierta desinformación y ciertos miedos, anclados en nuestra historia reciente, no ayudan a mirar con simpatía o apertura a “lo latinoamericano”. Pero también somos conscientes que necesitamos intentar ser adultos y maduros en la fe. Adultez que supone aceptar diferencias, renunciar a los prejuicios, superar los enfrentamientos, desistir de los dogmatismos y convivir entonces en un sano pluralismo teológico y pastoral. En ese ánimo presentamos nuestra propuesta. Convencidos de su necesidad, posibilidad y oportunidad. Sentimos que asumimos los retos y desafíos de nuestro presente. En definitiva, se trata de ser fieles discípulos de Jesús intentando siempre que el “amor infinito de Dios resplandezca de una manera particular”. Así, nos decía Juan Pablo II: "El servicio a los pobres, para que sea evangélico y evangelizador, ha de ser fiel reflejo de la actitud de Jesús, que vino "para anunciar a los pobres la buena nueva". Realizado con este espíritu, llega a ser manifestación del amor infinito de Dios por todos los hombres y un modo elocuente de transmitir la esperanza y salvación que Cristo ha traído al mundo, y que resplandece de manera particular cuando es comunicada a los abandonados y desechados de la sociedad. Esta constante dedicación a los pobres y desheredados se refleja en el Magisterio social de la Iglesia, que no se cansa de invitar a la comunidad cristiana a comprometerse en la superación de toda forma de explotación y opresión. En efecto, no sólo se trata de aliviar las necesidades más graves y urgentes mediante acciones individuales y esporádicas, sino también de poner de relieve las raíces del mal, proponiendo intervenciones que den a las estructuras sociales, políticas y económicas una configuración más justa"[22] De esta manera, con aquella “constante dedicación a pobres y desheredados”, haremos de nuestra catequesis un auténtico “ministerio profético”[23], audaz, comprometido, encarnado.
[2] Cfr. Idem nº 237
[3] “La Palabra de Dios se hizo hombre, hombre concreto, situado en el tiempo y en el espacio, enraizado en una cultura determinada...Esta es la originaria inculturación de la Palabra de Dios y el modelo referencial para toda la evangelización de la Iglesia, “llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura y de las culturas”. La inculturación de la fe...es un proceso profundo y global y un camino lento. No es una mera adaptación externa que, para hacer más atrayente el mensaje cristiano, se limitase a cubrirlo con un barniz superficial. Se trata, por el contrario, de la penetración del Evangelio en los niveles más profundos de las personas y de los pueblos, afectándoles de una manera vital, en profundidad y hasta las mismas raíces de sus culturas” Cfr. DCG nº 109
[4] Este afán no es un regionalismo fanático, es una exigencia pastoral. Veamos este texto de Juan Pablo II: "Es necesario un nuevo impulso apostólico que sea vivido, como compromiso cotidiano de las comunidades y de los grupos cristianos. Sin embargo, esto debe hacerse respetando debidamente el camino siempre distinto de cada persona y atendiendo a las diversas culturas en las que ha de llegar el mensaje cristiano, de tal manera que no se nieguen los valores peculiares de cada pueblo, sino que sean purificados y llevados a su plenitud. El cristianismo del tercer milenio debe responder cada vez mejor a esta exigencia de inculturación. Permaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado" Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, n° 40. Los subrayados son nuestros.
[5] Los eje de nuestro “plan de estudios” y un desarrollo de sus fundamentos se pueden consultar en el documento de Conferencia Episcopal Argentina, "Formación catequística en sus distintos niveles", 1999, pág. 74, y en Didascalia.....
[6] cfr. DCG nº 254
[7] “La Trinidad es modelo de cualquier comunidad respetando a cada una de las individualidades, surge la comunidad, gracias a la comunión y a la entrega mutua. Lo entendieron muy bien los cristianos de base, mucho mejor que cualquier teólogo, y lo supieron expresar con gran acierto: ‘La Santísima Trinidad es la mejor Comunidad’". Cfr. Leonardo Boff, “La Santísima Trinidad es la mejor comunidad”, Ed. paulinas, 1991 , pág. 93
[8] Cfr. Tertio Millenio Adveniente nº 36-38
[9] Cfr. Gaudium et Spes
[10] Nombres de las grandes Conferencias Episcopales Latinoamericanas.
[11] Cfr. Documento de Puebla, fundamentalmente IV Parte, cap. 1, 1979
[12] Las palabras “pueblo”, “pobre”, “liberación”, “justicia”, arraigan, se concretan y así despliegan sentidos nuevos desde el suelo latinoamericano. Así lo recordaba un reciente documento del Episcopado Argentino: “Nuestro compromiso con la nueva evangelización”...para una opción preferencial por los pobres, con miras a su liberación integral, es necesaria la conversión de toda la Iglesia. Se trata de una conversión y purificación constantes en todos los cristianos, con tal de identificarse cada día más con Cristo pobre y con los pobres. Esta conversión exige un estilo austero de vida y una total confianza en el Señor, lo que hará de la Iglesia un espacio vital donde los pobres tengan capacidad real de participación y sean reconocidos cada uno en su propio valor . Es decir, requiere que nuestra acción no sea “solamente orientada hacia el pueblo, sino también, y principalmente, desde el pueblo mismo”(cfr. San Miguel)” Cfr. CEA “Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización” Abril, 1990, cap. 4, nº 58. Los subrayados son nuestros.
[14] Hablamos de “horizontes” intentado señalar que, por un lado, ese “más allá”, es siempre un desafío a seguir caminando, andando, buscando, y, por otra parte, en ese “lugar” se funden las tres dimensiones señaladas de una manera inclusiva, casi sin distinguirse, en una mutua armonía fecunda. Por otro lado, es evidente que estos “horizontes” se relacionan, se presuponen e imbrican en la perspectiva elegida, la latinoamericana. Desde este marco, coloreamos y vamos asumiendo una concepción del hombre, de la comunidad, de la historia, del mundo y de otros núcleos temáticos absolutamente ineludibles de la catequesis.
[15] Sería muy extenso desarrollar este planteo, el de la “originalidad” pedagógica de la catequesis, pero queda claro que supone entonces un centro formativo fiel a tal criterio, no obstante, este texto nos parece iluminador: “El fin de la formación catequística es promover la aptitud y habilidad para comunicar el mensaje evangélico. No bastan los conocimientos doctrinales. El catequista debe ser capaz de vivenciar, proponer y aplicar la pedagogía original de la fe” Cfr. JPEP, 1988, nº 102. El subrayado es nuestro.
[16] Se puede leer “Educación Popular y Formación de Catequistas”, Didascalia, Nicolás Alessio
[17] Para profundizar en el tema se puede ver "Teología de la Liberación y catequesis: pistas para una reflexión necesaria", Nicolás Alessio, Didascalia, n° 426
[18] La “mística”, del griego, MY, presente en “ta mystiká” (concerniente a ciertos ritos), “hoi mystikoi” (los iniciados de esos ritos), “mysterión” (secreto), “mythos y myeo” (cerrar los labios o los ojos), -mystikón (lo que es secreto e inefable) refiere a los sentimientos, pulsiones y actitudes más hondas de la conciencia personal y comunitaria. Es esa capacidad de sintonizar, de dejarse sorprender, de “ser parte” y de referenciarse siempre ante lo numinoso, lo inescrutable, lo secreto, lo inimaginable de lo divino. Es saber gustar contemplativamente el ser-para-otros del Gran Espíritu, gozar de su “misterio”. Es la corriente vital en la que abrevan todas las opciones, compromisos y luchas del seguidor de Jesús. Esa mística “latinoamericana”, que se nutre de las grandes corrientes espirituales de la historia de las religiones, no obstante, toma distancia de ciertos misticismos meramente pasivas, alienantes, desencarnados, vacíos y descomprometidos.
[19] Cfr. Lucas 4, 16-22
[20] Cfr. Juan 3,8
[21] Citado por Don Samuel Ruiz, Obispo de San Cristóbal de las Casas, México, 16 de Agosto, 2001, en Centro Tiempo Latinoamericano, Córdoba
[22] Juan Pablo II, “La Iglesia en América”, Exhortación Apostólica postsinodal, n° 18
[23] Cfr. Santo Domingo, IV Conferencia Episcopal, 1992, nº 33
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