El “espíritu” de la Cuaresma
en tiempos de Pandemia.
Que pescado sí, que pescado
no. Que comer carne o no. Que el ayuno de los viernes. Los ritos cada vez más
significaron menos. La pos modernidad todo lo licúa. El gran tema de la Semana
Santa, pasó a ser el turismo “religioso” y los Huevos de Pascua. Y el paso del
tiempo fue comiendo el sentido profundo de la Semana Santa, y mucho más de su
tiempo previo, la Cuaresma.
Según la tradición católica
cristiana la Cuaresma es el tiempo de preparación para sintonizar y celebrar la
Pascua: muerte y resurrección del asesinado Jesús. Se nos propone como ejercicios el ayuno, la
oración y gestos especiales de solidaridad.
Muchos lo entendieron como el
sacrificio (sufrimiento) que debíamos sumar al gran sacrificio de la Cruz. Pero
los profetas nos advirtieron “Dios no quiere sacrificios, quiere misericordia”.
Es erróneo pensar que se busca
el “dolor-padecimiento” de esos gestos como si Dios nos exigiera sufrir para
luego recompensarnos.
En realidad, debiera ser un
tiempo de entrenamiento para enfrentar, asumir, las dificultades. Las tragedias,
los riesgos, las crisis, los crímenes, las pandemias... existen. Durante la Cuaresma
nos ejercitamos para no claudicar, no rendirnos, no negociar, no ser cómplices
de toda esa “maldad” en nuestra historia.
El espíritu de la Cuaresma es austeridad
y misericordia.
Un gesto distintivo en este
sentido es el “ayuno”. Un esfuerzo que fortalece la voluntad, la
responsabilidad, un verdadero ejercicio interior capaz de enriquecernos. Es
sentir un dominio particular sobre el deseo tan profundo como el de comer. Una
pulsion inmensa.
¿Y si el “ayuno” fuese
necesario no solo como un entrenamiento personal si no también social?
La Cuaresma y la Cuarentena se
parecen mucho. No solo por una coincidencia lingüística. La Cuarentena nos empujó
a una Cuaresma forzada.
Vivimos un modelo de “desarrollo” (¿)
que nos impone el sistema financiero global de una profunda
desmesura, ostentación, superficialidad, suntuosidad, consumismo inútil y una
obscena injusticia. Son pocos los que disfrutan, son muchos los que padecen.
Los especialistas advierten que este “modelo”
nos lleva a una catástrofe mundial: el plantea se derrite y nosotros con él. Es
el fin.
La avaricia y codicia de unos
pocos lleva a la muerte a unos muchos. En este contexto la austeridad del ayuno
es revolucionario. Contra cultural. Es anti sistema.
Y deja una pregunta
lacerante. ¿De qué Cuaresma le podemos hablar a los millones de refugiados, hambreados,
heridos, angustiados que no pueden elegir otro destino que morir lenta y de
manera inexorable?
Sus vidas son un ayuno agónico. Son gritos que claman
al cielo. Reclaman justicia y solidaridad. Sus historias son una
Cuaresma impuesta y trágica. No la eligen. La sufren.
La crisis plantearía de la
pandemia nos empujó a una Cuarentena obligatoria. El planeta parece “ayunar”:
se produce menos, se consume menos.
¿Será la Pandemia la
oportunidad para que descubrir que necesitamos un “espíritu” cuaresmal planetario y constante?
La Cuaresma litúrgica termina.
¿Habremos aprendido? ¿Podremos hacer que esta Cuarentena-Pandemia que se
extiende en el tiempo la transformemos en un adiestramiento de moderación, de
sensatez, de racionalidad?
Y sobre todo de una profunda
empatía con los que están acorralados a sobrevivir en un ayuno doloroso inmutable
e impuesto.
¿Cuándo todo esto termine,
seremos mejores? No lo sabemos. Pero al menos vale pensar que este “ejercicio”
de mesura planetaria, que tanta muerte y angustia ha producido, no sea en vano.
Hay un modelo económico que no
nos pone en riesgo de extinción. Una economía desde la austeridad.
Hay un modelo de desarrollo
que no contamina, que no ensucia, que no desertifica, que puede
frenar el
calentamiento global. Sobrio.
Hay maneras de vivir en empatía
con los negados de la historia.
Debemos aprender. Debemos intentarlo.
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