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miércoles, 9 de abril de 2014

Jesús asesinado Un linchamiento desde el poder

Jesús asesinado
Un linchamiento desde el poder

"Hay que matarlos a todos", gritaban exaltados algunos judíos. Son " galileos de mierda" se escuchaba por todos lados. 

La sangre corría por el cuerpo de ese nazareno pero no calmaba los instintos asesinos. La corona de espinas punzantes se hundía más y más en la piel.

"Que muera, que muera, él y sus seguidores! Que no quede ninguno vivo”.
“Son delincuentes, ladrones, ratas, peligrosos para nuestra seguridad”. Eran los argumentos escuchados. 

Cuando dando un fuerte grito, exhaló su espíritu, uno de los presentes dijo "este no jode más".

La muerte de Jesús se pareció mucho a un linchamiento popular. Sin embargo había una gran diferencia. Se la cubrió de legalidad. Tanto los Jefes de Israel como las Autoridades Imperiales quisieron hacer las cosas con prolijidad. Fue un linchamiento prolijo, meticuloso, cuidando los detalles.

Un hombre apasionado y convencido de sus pasiones,  siempre es molesto. La libertad de los que aman con pasión asusta a los mediocres.

El nazareno, despojado de sueños de gloria, con solo un par de sandalias gastadas, partiendo el pan para mendicantes enfermos, pidiendo agua en el pozo de Jacob a la mujer de mala fama, por sus muchos maridos y encima samaritana,  no era un buen ejemplo para los moralistas. Era un turbulento.

Recibiendo caricias en su piel de la prostituta de Magdala, comparándose con una gallina que quiere reunir sus polluelos, sentado en la mesa de los despreciados, liberando a ciegos y sordos, castigados por algún pecado de sus antepasados, dejando ir a la mujer adúltera que querían apedrear, no era un buen ejemplo para las buenas costumbres de los puros. Era un transgresor

Rompiendo protocolos sagrados y legalidades intocables no tuvo problemas en curar durante el Sábado en el Templo o castigar a látigo limpio a cuantos profanaban la “casa de su Padre” y peor aún, gritó a los cuatro vientos que desde el Rey hasta el último esclavo leproso o maldito es “hijo de Dios” y tienen los mismos derechos. Era un sedicioso.

Pero lo que realmente molestaba del profeta era su palabra filosa. La que corta como espada de doble filo. Porque su palabra abría los ojos, ayudaba a pensar, proponía otras verdades, cuestionaba tradiciones incuestionables, desnudaba hipocresías, desenmascaraba mecanismos del poder, rompía pactos de silencio, convocaba a reaccionar, organizaba a los pobres, devolvía las esperanzas, levantaba a los caídos. “Habla como quien tiene autoridad” decían sus oyentes.

Autoridad fuertemente cuestionada.  "Jesús entró en el templo, y mientras enseñaba se le acercaron los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo y le dijeron: “¿Con qué autoridad haces estas cosas, quién te ha dado esta autoridad?"

Obvio, qué autoridad podía tener alguien de un linaje vulgar, un obrero constructor, que no tenía ningún título honorífico, ni dinero, ni prestigio social, ni influencias  políticas, que por lo tanto no pertenecía a la élite judía ni a ninguna familia acomodada. No fue sacerdote, no fue levita, no fue escriba, no fue maestro de la ley, no fue fariseo, no perteneció al Sanedrín ni a  los Ancianos del pueblo. Por eso no sorprende aquella pregunta de Natanael: “De Nazaret puede salir algo bueno?”

Los excluidos, los maltratados sociales,  vieron en Jesús persuasión,  coherencia, sabiduría, originalidad, creatividad, fortaleza en sus dichos y en sus gestos. Empatía con sus vidas.

La "autoridad" de Jesús reside en su capacidad de rescatar, de acompañar, de convencer, de conducir, de integrar, de armonizar, de incluir. El es el que promueve, el que ayuda a avanzar, a crecer, a germinar, a desplegarse.

Nada que ver con la autoridad del que grita órdenes o sanciona leyes para castigar. Mucho menos la autoridad que se cree vocera de Dios o pretende hablar “en nombre” de Dios, como la de sus verdugos. Jesús hablaba “de” Dios, de su cercanía, ternura, compasión, misericordia. De su Reino.

Había que silenciarlo. Jesús los incomodaba, los cuestionaba. Había que ponerle un límite definitivo. Pero no había que hacerlo con cuidado. Sectores populares  podrían reaccionar. La pena romana para los sublevados y facinerosos era lo oportuno.

Idearon la maquinaria legal. Fue un crimen premeditado. Fue un linchamiento desde el poder.

Nicolás Alessio, teólogo

Semana Santa 2014

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