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miércoles, 31 de marzo de 2021

Manos crucificadas

 


Manos crucificadas.

 

El crucificado no puede abrazar ni acariciar.

Sus manos clavadas. Sus brazos inmovilizados.

Sangran.

Manos ásperas de constructor. Manos rudas.

Los asesinos saben que el abrazo y la caricia de Jesús eran subversivos.

Abraza y acaricia a los que nadie quiere ni abrazar ni acariciar.

El cuerpo de Jesús era peligroso, insurrecto, perturbador.

Un cuerpo atrevido, sin miedo a tocar y ser tocado.

No podían controlarlo. No podían sujetarlo. Su andar imposible de detener.

Leprosos malolientes, prostitutas arrinconadas, maldecidos por los puros, violentados por el hambre …claman por encontrar y tocar el cuerpo de Jesús.

No quieren llorar más. Necesitan ser acariciados.

Su cuerpo era un oasis. Su cuerpo era un abrigo. Su cuerpo era un refugio.

Con sus manos rescató a Pedro de las profundidades del abismo, el abismo de nuestros miedos y temblores.

Con sus manos tomó un látigo para defender la casa de su Dios, la casa de los hijos e hijas maltratados.

Sus manos sanaban de toda inequidad, sus manos abrían puertas a la libertad.

En sus manos su cáliz y el cáliz de todos los crucificados de la historia.

Sus manos, heridas y sangrantes fueron ofrecidas y son ofrecidas a todos los derrotados: los perversos no nos han vencido.

Manos en el barro que desenmascara a los hipócritas cargados de inequidad y dejar ver a los corruptos del poder.

Fueron esas manos que escribiendo en la arena “misericordia quiero y no sacrificios” rescataron a la mujer amante adultera condenada por los estrictos de la Ley.

Manos capaces de multiplicar panes y peces para los hambrientos como señales del Reino, nadie puede pasar hambre.

Con solo levantar sus brazos todos los monstros de la inequidad y de la aberración se callaban, las tormentas del odio se rendían y huían despavoridas.

Manos guerreras para señalar a falsos profetas, “fariseos” de la religión, perversos de túnicas rituales.

Esas manos desafiaron a los corruptos del templo y del palacio, había que desaparecerlas, había que triturarlas, debían ser destruidas.

Esas manos había que atar, golpear, clavar.

Lastimar minuciosamente esa piel, esos músculos, estaba planificado.

Lo que no pudieron planificar es la memoria.

La memoria de las mujeres que ungieron con perfume ese cuerpo.

La memoria de mujeres que vendaron esas manos.

La memoria de mujeres acariciadas por Jesús.

La memoria de mujeres gritando: está vivo.

“…levantando sus manos los bendijo…” y se quedó para siempre.

 

Teólogo Nicolás Alessio

 

 

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