viernes, 22 de junio de 2012

Un obispo "no excento de imprudencia" Víctima no inocente




Un obispo "no excento de imprudencia"
Víctima no inocente

Nos alegra que,una vez más, estas verdades salgan a la luz.  Y no se puede decir que es una campaña contra la iglesia. Dejamos de lado lo obvio, es mas grave la ofensa a los empobrecidos que estar a los abrazos con una mujer. Por eso vamos a detenernos en este último aspecto, que no es un tema menor, están en juego el poder y el sexo. El obispo es una víctima del sistema vaticano romano. De una maquinaria implacable para triturar conciencias. El debe predicar, defender, exigir y castigar, según corresponda, la disciplina del celibato sacerdotal que reprime la afectividad y el erotismo, desde el poder eclesial. Una disciplina que si alguna vez tuvo  sentido, hoy es absolutamente irracional, desmesurada, y atentatoria contra los derechos a vivir plenamente la sexualidad. Este obispo, y no es el único, es una victima porque una ley canónica con estas caracteristicas es imposible de cumplir. Es más, no se debe cumplir, es una cuestión de sanidad personal. Tal vez por un tiempo se pueda mantener la "castidad sacerdotal". Tal vez por un tiempo se puedan reprimir los deseos, pasiones y amores. Por supuesto, con una gran cuota de padecimiento, violencia interior,  secuelas afectivas, emocionales y compensaciones masturbatorias.  Pero, más tarde que nunca, la realidad se impone. Pero el obispo no es inocente, porque si el obispo sabe, vive y siente que ésto es así, debiera exigir al Vaticano la anulación de este requisito canónico para los que desean ser sacerdotes. Debe reunirse con sus pares, con sus sacerdotes, con sus comunidades para exigir un gran acto de sinceramiento por parte de las autoridades romanas. Como no lo hace, al contrario, predica a favor de su cumplimiento, entonces es hipócrita y cómplice de un sistema perverso.  Exige lo que no cumple, y sabe que no se puede cumplir. En sus pretendidas explicaciones, en lugar de ponerse al frente de una fuerte crítica a la institución y sus absurdos, regresa a la obediencia ciega: “Quiero también expresar con claridad que estoy totalmente comprometido  con la Iglesia en la misión que me ha encomendado en esta diócesis de Merlo-Moreno y en las demás responsabilidades..."  O sea, seguirá predicando lo que no vive, y casi seguro, en lo que tampoco cree. Seguirá exigiendo a otros lo que él no se exige.  Como aquello del Evangelio, cuando Jesús reprocha a los fariseos imponer duras cargas al pueblo que ellos mismos no obedecían.  Seguirá con la amiga de la infancia, solo que ahora se cuidarán un poco más. Roma conoce esta situación, pero la "tolera" mientras no haya medios de comunicación que pongan ante la opinión publica estas verdades. La hipocresía romana, aferrandose a doctrinas de los hombres, pretende esconder lo que de hecho sucede bajo sus alfombras doradas. Lo sucedido no es un hecho aislado. No fue una excepción en un momento de debilidad. Es la muestra cabal del empecinamiento romano en un sistema tremendamente inútil y por demás inservible.

Pbro. teólogo Nicolás Alessio