domingo, 12 de abril de 2020


PASCUA





SUPERAR EL DESIERTO
¿DONDE QUEDARÁ LA VIDA?

Pascua, paso ineludible por el mar de los tormentos, el mar de las sangres, superación definitiva del desierto y los abismos. ¿Serán nuestros pasos audaces o nuestros miedos reiterados los que marquen el camino? ¿Como personas, comunidad, sociedad....hacia donde dirigimos nuestros pasos, nuestra “pascua”?

Fiesta de vida abundante, en la tierra de mieles y aceites. Pero la realidad se empeña en devolvernos al desierto estéril. ¿Cómo dar los pasos necesarios, ineludibles, para hacer posible la vida? ¿Qué pasos tenemos que dar para evitar convertirnos en un campo sin sembrados? Se nos dio la tierra para ser cuidada, cultivada, embellecida, un “jardín” bajo nuestra responsabilidad. Ahora lo tenemos que proteger. Ya casi no quedan ni flores ni frutos. ¿Qué sentido tiene celebrar la pascua en un mundo amenazado de muerte, donde no quedará ni tierra fértil, ni agua potable, ni semillas sanas? Acaso creemos que basta decir “Dios proveerá”. Y no nos damos cuenta que sequías, inundaciones, huracanes, tornados, granizadas, heladas fuera de época, olas de calor, deshielo de glaciares…todos efectos del “cambio climático” producido por la emanación de gases contaminantes, están dejando tan muerto a nuestro plantea como al planeta Marte.  Entre otros factores de destrucción, obvio.

Y no nos interesa. O no sabemos. O no queremos saber. O sentimos que el problema es de los otros. ¿Cómo se prepararán los banquetes pascuales si solo quedan tierras estériles, desechos tóxicos, agua podrida y semillas envenenadas? 

Algunos datos para pensar¿Sabía usted que Córdoba deforesta más rápido que el Chaco y que solo entre 1998 y el 2002 se perdieron más de 122 mil hectáreas? (Cfr. LVI 7/3/05) ¿ Sabía usted que más de cuatro mil niños y niñas mueren cada día en el mundo porque no tienen acceso al agua potable? (cfr. UNICEF Informe Día Mundial del Agua 22/3/05) ¿Sabía usted que mil millones de personas en el mundo no tienen más remedio que utilizar fuentes de aguas contaminadas? (Cfr. Informe OMS, 22/3/05) Y estos datos se hace varios años todos se han agravado. Sin contar los efectos de la Pandemia.

Preparar la fiesta pascual es intentar "poder comer". Y que coman todos. En especial los que comen poco y mal. Y ese “poder comer” es anuncio y promesa, desafío y utopía. Es camino y llegada. Para nosotros es la fiesta prometida. Para nosotros será el convite.

Sin embargo,  no es tan sencillo "poder comer" en el Reino de Dios. Hay que desearlo y convidar a otros. Porque esa felicidad no la tienen todos. Hay que "poder" comer. Y son muchos lo que "no pueden". Por eso, hay que brindar la posibilidad. Hay que ofrecerla. A los postergados, los últimos, los descartables. Si no se puede comer se muere. Eso es el pecado mortal. Matar con el hambre. Matar lentamente. Hay que abrir las puertas del banquete pascual para todos. Hay que recuperar las fuentes y las vertientes. Hay que tender los puentes y derribar los muros. Hay que cuidar el terreno fértil y cuidar las semillas. No hay pan sin sembradíos. No hay vino sin viñedos. No hay bautismos sin agua pura. No hay eucaristías sin harinas. Estamos andando la Pascua. Y no dejaremos de hacerlo.


domingo, 5 de abril de 2020

El “espíritu” de la Cuaresma en tiempos de Pandemia.


El “espíritu” de la Cuaresma

en tiempos de Pandemia.






Que pescado sí, que pescado no. Que comer carne o no. Que el ayuno de los viernes. Los ritos cada vez más significaron menos. La pos modernidad todo lo licúa. El gran tema de la Semana Santa, pasó a ser el turismo “religioso” y los Huevos de Pascua. Y el paso del tiempo fue comiendo el sentido profundo de la Semana Santa, y mucho más de su tiempo previo, la Cuaresma.

Según la tradición católica cristiana la Cuaresma es el tiempo de preparación para sintonizar y celebrar la Pascua: muerte y resurrección del asesinado Jesús.  Se nos propone como ejercicios el ayuno, la oración y gestos especiales de solidaridad.
Muchos lo entendieron como el sacrificio (sufrimiento) que debíamos sumar al gran sacrificio de la Cruz. Pero los profetas nos advirtieron “Dios no quiere sacrificios, quiere misericordia”.

Es erróneo pensar que se busca el “dolor-padecimiento” de esos gestos como si Dios nos exigiera sufrir para luego recompensarnos.

En realidad, debiera ser un tiempo de entrenamiento para enfrentar, asumir, las dificultades. Las tragedias, los riesgos, las crisis, los crímenes, las pandemias... existen. Durante la Cuaresma nos ejercitamos para no claudicar, no rendirnos, no negociar, no ser cómplices de toda esa “maldad” en nuestra historia.

El espíritu de la Cuaresma es austeridad y misericordia.

Un gesto distintivo en este sentido es el “ayuno”. Un esfuerzo que fortalece la voluntad, la responsabilidad, un verdadero ejercicio interior capaz de enriquecernos. Es sentir un dominio particular sobre el deseo tan profundo como el de comer. Una pulsion inmensa.

¿Y si el “ayuno” fuese necesario no solo como un entrenamiento personal si no también social?

La Cuaresma y la Cuarentena se parecen mucho. No solo por una coincidencia lingüística. La Cuarentena nos empujó a una Cuaresma forzada.

Vivimos un modelo de “desarrollo” (¿) que nos impone el sistema financiero global de una profunda desmesura, ostentación, superficialidad, suntuosidad, consumismo inútil y una obscena injusticia. Son pocos los que disfrutan, son muchos los que padecen.

Los especialistas advierten que este “modelo” nos lleva a una catástrofe mundial: el plantea se derrite y nosotros con él. Es el fin.

La avaricia y codicia de unos pocos lleva a la muerte a unos muchos. En este contexto la austeridad del ayuno es revolucionario. Contra cultural. Es anti sistema.

Y deja una pregunta lacerante. ¿De qué Cuaresma le podemos hablar a los millones de refugiados, hambreados, heridos, angustiados que no pueden elegir otro destino que morir lenta y de manera inexorable?  

Sus vidas son un ayuno agónico. Son gritos que claman al cielo.  Reclaman justicia y solidaridad. Sus historias son una Cuaresma impuesta y trágica. No la eligen. La sufren.

La crisis plantearía de la pandemia nos empujó a una Cuarentena obligatoria. El planeta parece “ayunar”: se produce menos, se consume menos.

¿Será la Pandemia la oportunidad para que descubrir que necesitamos un “espíritu” cuaresmal planetario y constante?

La Cuaresma litúrgica termina. ¿Habremos aprendido? ¿Podremos hacer que esta Cuarentena-Pandemia que se extiende en el tiempo la transformemos en un adiestramiento de moderación, de sensatez, de racionalidad?
Y sobre todo de una profunda empatía con los que están acorralados a sobrevivir en un ayuno doloroso inmutable e impuesto.

¿Cuándo todo esto termine, seremos mejores? No lo sabemos. Pero al menos vale pensar que este “ejercicio” de mesura planetaria, que tanta muerte y angustia ha producido, no sea en vano.

Hay un modelo económico que no nos pone en riesgo de extinción. Una economía desde la austeridad.

Hay un modelo de desarrollo que no contamina, que no ensucia, que no desertifica, que puede 
frenar el calentamiento global. Sobrio.

Hay maneras de vivir en empatía con los negados de la historia.

Debemos aprender. Debemos intentarlo.